viernes, 15 de febrero de 2008

La cena secreta

Tres años de investigación y viajes a Vinci, Milán, Florencia y Roma han precedido la publicación de La cena secreta. Durante su trabajo de campo, Javier Sierra se tropezó con un hecho histórico bastante ignorado: que la región italiana de la Lombardía acogió entre los siglos XIII y XV a los últimos supervivientes de la herejía cátara. La Milán que vio Leonardo da Vinci, dejó vivir en paz a los cátaros represaliados del Languedoc francés que vieron con horror la caída de sus correligionarios en Montsegur en 1244. Aquellos hombres se hacían llamar los "puros", y se creían seguidores de la verdadera tradición apostólica instaurada por Jesús de Nazaret. Consideraban que San Pedro traicionó por cuarta vez al Maestro al fundar una iglesia "material", y veneraban a Juan como el patrón de su iglesia "espiritual".

Los cátaros rechazaban la cruz como símbolo de su fe, al considerarla el instrumento de tortura en el que murió Jesús; aborrecían el sexo como algo impuro; eran vegetarianos, y no admitían más que un sacramento: una especie de eucaristía espiritual que no precisaba ni de pan ni de vino.

Durante los trabajos de preparación para La cena secreta, Javier Sierra se dio cuenta de cómo muchas de las "rarezas" o "extravagancias" de Leonardo se explicaban sólo si se admitía su simpatía por la fe cátara. Él fue vegetariano, siempre vistió de blanco como los parfaits languediocianos, jamás admitió tener pareja y, por si fuera poco, siempre se negó a pintar escenas de crucifixión. En una época en la que los grandes temas artísticos tenían que ver con la religión, esa es una actitud inexplicable. "Sin embargo --explica Javier Sierra--, lo que más desconcertó fue descubrir que en su Última Cena, Jesús no sostenía ni hostia ni copa de vino, sino que hacía un gesto peculiar con las manos, idéntico al que ejercitaban los cátaros durante sus ceremonias."

La cena secreta, pues, vuelve a ser mucho más que una novela: es un escenario probable para desenredar un enigma histórico de gran magnitud. Y Javier Sierra vuelve a plantear su trabajo como una suerte de investigación detectivesca narrada con la garra de los grandes maestros de la novela de intriga.

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